El próximo 28 de agosto se cumplen treinta años del primer toque de Peyote Asesino, banda referente en la historia de nuestro rock, que tras varios años de ausencia y una reunión puntual en 2009, tuvo su regreso definitivo a partir de 2016 consolidando su vuelta con la edición de “Serial”, su tercer álbum, publicado en 2021.
El viernes 29 de agosto, a exactamente treinta años y un día de aquél debut, la banda celebrará el aniversario con un show especial que tendrá lugar en la Sala del Museo a partir de las 20 h. La fecha, además, contará con la banda paraguaya Villagrán abriendo la noche y las entradas se encuentran a la venta a través de Redtickets.
Tomando como excusa dicha celebración, conversamos con Fernando Santullo, con quien repasamos buena parte del recorrido de Peyote Asesino a través de sus hitos más importantes, hablamos sobre el presente del grupo y nos adelantó algo de los planes que se vienen en un futuro cercano.
Por Liber Aicardi
Foto: Matilde Campodónico.
¿Cómo fueron los orígenes de Peyote Asesino? Te lo pregunto básicamente porque en aquél momento no había mucha data de ustedes, más allá que tenían en común que eran hijos de exiliados y que habían vivido en México.
Eso de que vivíamos en México y éramos hijos de exiliados explica por qué nos conocíamos de chicos, pero no explica por qué hicimos el Peyote. El Peyote, en realidad, es resultado de unas ciertas ganas de hacer una música que nosotros escuchábamos. Tanto Juan Campodónico como yo somos muy melómanos, nos juntábamos desde pendejos a escuchar música. Yo iba para la casa de Juan, porque yo laburaba en una librería en el centro, entonces, salía del laburo y me iba para lo de Juan y nos poníamos a tomar mate y a escuchar discos, todo lo que estaba sonando ahí en la vuelta. Era por el ’89-’90 que hacíamos eso. Como había pocas cosas para hacer en Montevideo, nos juntábamos a tomar mate o cerveza y a escuchar música. Yo, después, me fui a México en el ’91, estuve un año y medio en México y seis meses en Estados Unidos, me traje un montón de música. En México me había enterado que existía una cosa que era rock mexicano, que cuando yo vivía allá, de chico, no existían esas bandas, eran Café Tacuba, Caifanes, Maldita Vecindad, Fobia, Santa Sabina. Entonces, había toda una escena de rock mexicano que era interesante por lo que mostraban, se notaba que eran mexicanos. Y después, cuando estuve en Estados Unidos, estaba explotando el grunge y estaban saliendo discos muy importantes de hip hop, el álbum negro de Metallica, sonaba Living Colour, entonces me compré todos esos compactos y cuando volví a Uruguay volví a hacer lo que había hecho hasta entonces, me juntaba con Juan a escuchar música.
En un momento dijimos “che, estaría bueno hacer una música que se parezca a la música que estamos escuchando”. Vos salías a ver conciertos en aquél entonces – años ’92,’93 – y había como una especie de desfasaje entre lo que sonaba acá y lo que estaba sonando en la vuelta. También coincidió que vino Mano Negra en el ’92 y, sin ser una banda que yo escuchaba todo el tiempo, en aquella época el (álbum) “Puta’s Fever” sonaba bastante en mi discman y se lo había mostrado a Juan. y le dije “el show de estos tipos – yo los había visto en México – está bueno y mezcla muchas cosas”. Todo esto sin saber mucho para qué lado iba a ir ni cómo iba a ser esa música del Peyote, lo que sí sabíamos era que queríamos que tuviera influencias de las cosas que estaban pasando en ese momento, que tuviera elementos personales o que tuviera algo uruguayo, pero conectado con el momento, con lo que estaba ocurriendo, con la música que teníamos en los CDs pero que no podías verla en vivo y un poco ese fue el criterio.
¿Hasta ahí qué experiencia previa tenían?
Juan había tocado bastante en boliches, en bandas que hacían covers. Entonces, ya era un guitarrista muy eficiente, podía tocar temas de Led Zeppelin y canciones tradicionales judías (risas). Después, Pepe (Canedo, baterista) sí, ya venía con cierta experiencia, pero igual Pepe no fue el primer batero, el primer batero fue Roberto Rodino. Primero, éramos Juan y yo, también estaba Andrés Torrón ahí en la vuelta,
porque en aquél momento Juan tocaba con él en una banda que se llamaba Públicas Virtudes y yo colaboré haciendo un rap en inglés en una canción. En un momento como que dijimos “ta, hagamos una banda nueva”, el Torrón ahí dijo “no, no, yo quiero seguir con mi proyecto”, siguió con su proyecto y armamos una banda nueva con Juan. Llamamos al Benia (Daniel Benia, bajista de entonces), que lo habíamos visto tocando con una banda que hacía covers de los Chili Peppers y si podía tocar temas de los Chili Peppers, iba a poder tocar los temas que queríamos hacer nosotros. Llamamos a Rodino que estuvo en el primer toque nomás, en agosto del ’94 en el Perro Azul, que tocamos ocho canciones. Teníamos solo ocho canciones en ese primer show y, cuando nos pidieron bises, tocamos de vuelta las dos primeras haciendo un bis, literal.
Desde un primer momento se notó que la música de ustedes era una cosa totalmente distinta a lo que era el rock uruguayo en esa época. Si bien ya se insinuaba una nueva escena con bandas como Los Chicos Eléctricos o Buenos Muchachos, ustedes iban por otro lado. Es decir, tenían mucho de las nuevas tendencias de la época, pero también tocaban “El ojo blindado” de Sumo, que era algo más regional, por ejemplo.
Claro, y las letras eran recontra uruguayas a la vez. La forma de hablar siempre era como con una cosa humorística, medio barrial, que lo hacía muy poco yanqui por ese lado.
Vos, en Peyote, sabés que si traés una idea, al otro lado no va a salir tu idea. Va a salir otra cosa distinta en la que todo el grupo va a haber metido mano, y está bien porque así es la música del grupo.
Pero a su vez traían las influencias de modismos mexicanos, por lo que en la época, recuerdo que también generó críticas negativas. ¿Se sintieron un poco bichos raros en ese momento?
Lo de las mexicanadas tenía más que ver con que yo acababa de llegar de México hacía tres meses, entonces había actualizado mi vocabulario de lunfardo maleducado mexicano y lo quería meter en algún lado. Pero no era una cosa de decir “metamos cosas mexicanas para triunfar en México” o algo así. Simplemente, era echar mano de los recursos que teníamos. Mis recursos como cantante eran cercanos a cero, nunca había cantado en la vida, no era especialmente afinado, sí era bueno haciendo cosas rítmicas y escribía de cosas medio delirantes y medio fragmentarias, que era un poco como me daban ganas de escribir en ese momento. Y diría que no hay muchas más explicaciones de por qué fue para ese lado. Tuvo más que ver con ciertas cosas que había escuchado hacía poco, me encantaba Public Enemy con esa idea de tener dos raperos, uno que rapea más y otro que hace como unos coros, me encantó ese formato. Invitamos a Carlitos (Casacuberta) para que, justamente, hiciera esa otra voz que dialogaba con el rapero y, por otra parte no, porque el rap está, pero también tenés canciones como “Todos muertos” que no tienen rap. También tenés canciones en que los estribillos no son especialmente rapeados. Algunas sí, otras no. Porque también había muchas cosas interesantes en ese momento, yo venía de escuchar un montón de bandas no tan populares en el grunge, que mezclaban punk y metal. Había escuchado varias bandas, como Dirty Rotten Imbeciles, Pro-Pain, había escuchado Sick Of It All, un montón de bandas que decías, “ah, hacen hardcore, pero no es exactamente hardcore”, como que no había tanto problema en cruzarte hacia otro lado, cruzar la vereda y decir, “este disco quiero que suene metal, pero después en la mitad es medio punk, y me chupa un huevo si alguien se siente incómodo por eso”. Y el Peyote tenía un poco esa cosa de mezclar todo eso en una coctelera a ver qué sale y, si encima alguien se ofende, mejor.
En 1994 se presentan al concurso Generación 95, lo ganan, editan el primer disco, y en el ’97 empiezan a grabar “Terraja” para el sello de Gustavo Santaolalla. ¿Cómo llegaron a él?
En realidad fue así: cuando hicimos el primer disco, fue todo medio inesperado. Ganamos el concurso, eso nos dio unos mangos porque parte del premio eran unas violas, las vendimos y conseguimos más horas, decidimos laburar con Luis Restuccia, que era un ingeniero súper, laburaba con Jaime Roos y entonces tenías garantías de que estabas en manos de alguien que sabía hacer sonar las cosas. Entonces, el disco, junto con otro paquete de discos más, Alfonso Carbone se lo manda a Santaolalla porque iba a hacer un acuerdo con una major y Carbone acababa de pasar a Warner en ese momento. La cosa es que, al final, Santaolalla no hace el acuerdo con Warner, sino con Universal, pero ya había escuchado el disco nuestro, entonces nos propuso producirlo. La alternativa era seguir sacando discos en Palacio de la Música, que además ya no estaba Carbone y era un enigma porque, de hecho, el Palacio muy poco tiempo después se derrumbó como sello discográfico y desapareció.
Hay alguien que me parece importante señalar, y que en la historia oficial de Peyote no siempre aparece. Tabaré Couto fue un tipo clave, en el sentido de que nosotros nos acercamos a Tabaré en primer lugar. Él tenía un sello chiquito que se llamaba Monitor, que era como un subsello de Palacio para cosas alternativas. Él escuchó la maqueta y nos dijo, “yo creo que con esta maqueta lo que tienen que hacer es presentarla al concurso de Control Remoto e intentar salir por Palacio de la Música que va a tener más recursos que los que yo tengo. En Monitor yo no tengo cómo grabar un disco que suene increíble, ni lo puedo sacar en CD ni nada”. Y ese consejo que nos dio Tabaré y esa generosidad que tuvo, también fue un impulso y nos hizo apostar un poco más.
Foto: Paul Hernández
Volviendo a Santaolalla, nos propone salir con Surco y Universal, que era la compañía, o sea, Universal ponía la distribución y Santolalla localizaba a los artistas y los producía. El “Terraja” nos dio la posibilidad de un salto de calidad, en menos de tres años estábamos grabando con unos recursos y unos estudios que eran impensables.
¿Cómo hacés para mantener el equilibrio a los veintipico de años de edad, cuando te pasa todo tan rápido y encima haciendo música en el Uruguay de aquella época?
Más aún, cómo mantenés el equilibrio como banda cuando en aquél momento había empezado también un nivel de exigencia que no era tanto del sello, como que era más bien nuestro. Es como que entrás en una especie de rosca, onda “me metí en un contrato por cuatro discos con esta discográfica, van a gastar un montón de plata en nosotros”. Bueno, todo eso está muy bien, pero no está bien que eso te descarrile la vida. A nosotros no nos pasó, no fue un descarrile de vida, pero yo lo que sí siento es que vivíamos con una vida dual, el nivel de exigencia que te planteaba de hacer un disco en Los Ángeles con un gran productor y con un montón de recursos y después, cuando llegabas a Uruguay, seguías siendo un boludo que andaba en bicicleta porque no tenía mucha guita para el bondi. Tenías que convivir con las dos cosas y era medio difícil de negociar a veces.
Por otro lado, El Peyote artísticamente siempre fue una banda que en lugar de enojarse porque los otros integrantes pensaban distinto, la idea era “¿qué hago con todas estas ideas distintas?” y salía la música del Peyote, que es una música ecléctica, que va a muchos lugares distintos. Vos, en Peyote, sabés que si traés una idea, al otro lado no va a salir tu idea, va a salir otra cosa distinta en la que todo el mundo va a haber metido mano, y está bien porque así es la música del grupo. Pero una cosa es eso, en lo artístico y otra cosa después es las perspectivas de vida ¿cómo haces para volver viable todo ese compromiso si no tenés laburo? O al revés, conseguiste laburo y no podés salir tanto de gira como deberías si querés promocionar ese disco. Aparte, pensá que Uruguay no era ni de cerca lo que es ahora; no había managers, no había promotores, no había productoras. Todo era muy artesanal. Ojo, Peyote hoy, te diría que se autogestiona 100%, no tenemos ni manager, hacemos todo el laburo, nosotros mismos tomamos las decisiones. Pero en aquel entonces parecía que si no tenías terrible cuadro alrededor, quedabas colgado del pincel. Bueno, un poco, yo creo que eso fue lo que nos pasó y lo que nos terminó agotando a todos.
Serial no es un disco que estuvo pensado para caerle bien ni al nuevo público, ni al viejo público. Fue un disco que está pensado desde la lógica compositiva de la banda. Y, a mí, eso me parece valioso.
La reunión de 2009, para el Pilsen Rock, fue puntual pero ¿cómo repercutió en ustedes el hecho de que habían pasado diez años desde la separación, pero la banda estaba viva en la gente?
Yo estaba viendo en España, no te olvides. Y era una de dos: o yo no entiendo nada o hay alguien que le está errando como las peras con la idea de cerrar el Pilsen Rock. Yo no sabía muy bien lo que era el Pilsen Rock, fui a mirar lo que era y dije “¡Estás loco! ¡Es una cosa de 50.000 personas!…” y al Peyote lo conocían 5.000 tipos. Pero algo había pasado con la música y al final no fue una idea tan, tan desquiciada la que tuvo Claudio Picerno. Porque él fue clave para que se diera eso. Él tiene una visión de qué cosas pueden caminar y qué cosas no. Yo, seguramente, no tengo esa visión.
Mi temor era que si seguíamos siendo una buena banda en vivo. Porque, más allá del laburo que nos daba hacer los discos, el show en vivo siempre era un disfrute colectivo, siempre la pasábamos muy bien. Y después, en ese mismo año 2009 hicimos dos Teatros de Verano y ahí fue más disfrute todavía porque fue como decir “el grupo existe, tiene un público, sonamos bien, nos llevamos bien”.
Entre otras cosas nos llevamos bien porque ya no nos poníamos toda esa carga que nos habíamos puesto diez años antes, toda esa carga la sacamos y dijimos, “ya está, vamos a tocar porque está bueno tocar y porque las canciones la gente se las sabe y las canta seguro”, pero sin la presión de ser la banda que recorre América Latina en el 2009.
¿La madurez como personas y como grupo humano tiene que ver en la reunión de 2016? En definitiva, éste es el período más largo que tienen activos como banda.
En el 2016 fue una cosa que hicimos nosotros por cuenta nuestra. Dijimos, “¿por qué no nos juntamos a tocar de vuelta y vemos si podemos hacer alguna música nueva?” Volvimos en 2016, hicimos también dos Teatros de Verano, estuvo bárbaro, y ahí fue cuando dijimos “si no queremos repetirnos y hacer siempre el show de La Noche de la Nostalgia, vamos a hacer un disco». Entre que planteamos eso y salió el disco, pasó de todo en el medio porque empezamos a hacer las canciones nuevas un año después, en 2017. Después, veníamos más o menos laburando el disco en esos dos años que siguieron y cayó la pandemia. Entonces, hubo que dejar todo colgado y medio en suspenso porque no tenía sentido. Al principio por todo el cagazo que había, no te ibas a meter en un estudio. Después, cuando pasó el cagazo, no tenía sentido sacar un disco si no lo podías tocar en vivo. Llegó un momento en el que tampoco quisimos seguir estirando más la cosa y sacamos el disco a finales del 2021.
Habrá gente que le gusta el disco y gente que no, pero es un disco que refleja bastante bien lo que a mí me hubiera gustado hacer si Peyote sacara un disco ahora. No es un disco que estuvo pensado para caerle bien ni al nuevo público ni al viejo público. Fue un disco que está pensado desde la lógica compositiva de la banda. A mí eso me parece valioso. Y me pareció interesante los lugares a los que va ese disco, qué cosas aparecen que no estaban en el menú, qué cosas retenés del menú, qué cosas las decís de una manera distinta, entonces ¿qué quiero decir con todo esto? Que, desde el punto de vista artístico, yo creo que Peyote tiene sentido y que la razón por la que yo dejaría de hacer música en Peyote es si sintiera que esa perspectiva artística no está más.
Si hacés un featuring queriendo chapar públicos, como lo usan ahora, porque así cruzás públicos y las playlists y no sé qué mierda, está todo bien. Pero, desde el punto de vista artístico es muy notorio que estás atrás de cuestiones que no son artísticas.
Actualmente Daniel Benia ya no está más en Peyote. ¿Consideraron, en algún momento, parar cuando él dejó la banda?
En realidad fue: se bajó Daniel, buscamos un reemplazo y listo. Teníamos dos fechas vendidas, no vas a dejar colgada gente que ya pagó la entrada y promotores y todo eso. Eso por un lado. Además, la verdad, creo que nunca estuvo planteado porque creo que una de las cosas que pasaron a partir de la salida del “Serial” – y acá hablo a nivel estrictamente personal, no a nivel Peyote – para mí demostró que había una pulsión artística que tenía sentido en la banda. Lo que nos pasó cuando nos rompimos la primera vez tuvo que ver con que era imposible la negociación personal, y eso derivó en una imposible negociación artística. En cambio, ahora esa situación no es así, para nada. La banda tiene ganas de hacer cosas y vos hablabas de la madurez en un momento, y yo creo que también aprendimos a negociar. No todo tiene que ser blanco o negro, o 100% o 0%. Los hechos eran así: o blanco o negro, era una banda que, de la negociación más o menos complicada, salían cosas interesantes. Si alguien se hubiera impuesto 100% sobre los otros habría sido mucho menos interesante Peyote. Creo que esa negociación ahora está más aceitada naturalmente porque somos gente que tiene 50 años y no 25, así que yo te diría que no. Yo, por lo menos. Nunca hablamos de dejar. Al contrario, teníamos compromisos que cumplir. Llamamos a Nacho Correa, que toca fenómeno y que lo conocía Pepe, lo conocía Juan, y la verdad que estuvo bien. No te voy a decir que el grupo suena igual porque no es verdad, cada instrumentista y cada artista tiene una forma particular de expresarse, pero creo que está bien lo que hace Nacho y que es interesante, y que el Peyote no perdió filo ni perdió agresividad o interés en los shows en vivo. Yo creo que si vos tenés pasión por estar haciendo la música, tenés que hacerla. Si podés hacerla, claro.
“Serial” es un disco que salió en 2021, ya pasaron tres años del lanzamiento. ¿Están trabajando en nuevo material?
Eso es una de las cosas que tenemos en el debe, en el sentido de que el Peyote al sacar un disco volvió a repetir un pecado en esta época en la que nadie saca discos. Hoy sacan discos después de sacar 800 millones de singles con featuring y ni siquiera diría que nos hemos resistido un poco, directamente no le dimos pelota a eso. Pero también terminás pagando el precio de que mucha menos gente le dé pelota al disco y creo que no logramos agregar mucho público nuevo. Sí se logró que la gente que ya lo escuchaba dijera “ah, mirá, sacaron un disco nuevo” y en este momento creo que hay ganas, yo por lo menos tengo, y lo he conversado con los demás de meter canciones nuevas de Peyote. No sabemos en qué dirección, no sabemos si les vamos a poner algún featuring… Mi problema con los featuring es que ya, llamarle featuring arranca mal. Para mí es: si querés tener un invitado, tiene que ser una persona con la que artísticamente haya un vínculo y tenga sentido artístico. Capaz que en lo personal no lo conocés, pero en lo artístico sí, entonces yo tendría invitados en algunas canciones siempre y cuando artísticamente fuera intachable y tuviera sentido. Y en ese proceso andamos. Igual, no tenemos nombres concretos. Porque, también, para mí, el featuring tiene un gran problema y es que si lo hacés como queriendo chapar públicos, como lo usan ahora, porque así cruzás públicos y las playlists y no sé qué mierda, está todo bien, pero desde de punto de vista artístico es muy notorio que estás atrás de cuestiones que no son artísticas. El Peyote no existe para eso, el peyote existe justamente, como un banco de pruebas en el cual vos experimentás artísticamente un montón de cosas. Capaz que la persona más insospechada hace una cosa genial y es increíble. En ese proceso estamos, definir con quién y qué. Igual, lo primero es tener las canciones, hay bocetos de canciones pero no están desarrollados, vos no vas a tener ningún invitado si no tenés una canción previa. Y, si yo siento que tiene sentido lo que estoy haciendo y siento que está bueno, ahí recién entra el invitado. Antes, es como si estuvieras preparando un refuerzo, un sándwich para alguien más. Así no funciona, me parece.
Foto: Paul Hernández