Recientemente, y a veinte años de su lanzamiento en CD, el sello Bizarro reeditó en vinilo «Caída Libre», el cuarto disco de La Trampa. Más allá de lo redondo del aniversario, no parece caprichosa la elección de este álbum como el, hasta ahora, único trabajo reeditado en el formato que tuvo su resurrección en la industria en los últimos años. «Caída Libre» fue un punto de inflexión en la carrera del grupo por varios motivos. Es el primer disco del que no participó el tecladista Sergio Schellemberg, miembro fundador, quien había partido meses antes del proceso que culminó en la mencionada obra, consolidando así el liderazgo compositivo del guitarrista Garo Arakelian y, como consecuencia, la formación de cuarteto que continuó hasta el final del camino del grupo. Además, terminó de edificar la popularidad de La Trampa, tocando una fibra en una generación de público rockero de la época que generó un fenómeno masivo alimentado, además, por los grandes festivales de entonces. No menos importante es el ambiguo galardón de haberse convertido en la banda de sonido de un Uruguay devenido en escombros a causa de la crisis económica de aquél 2002.
Como si los previos no fueran sobrados motivos para fundamentar la relevancia del álbum, también se vuelve obligado hacer referencia a varios de los clásicos «tramperos» contenidos en él, tales como la canción que le da nombre, «Luna de marzo», «Muerte serena», «Santa Rosa», «El oro y la maldad» o la versión del tema original de la agrupación Pareceres «Muere con la sonrisa», por mencionar algunos momentos altos.
Obviamente, también se hacía indispensable conversar con Garo acerca de la mencionada reedición, sobre sus vivencias al respecto y la memoria del contexto sociocultural que circundaba aquella caída libre.
Por Liber Aicardi
Diseño Gráfico de edición vinilo 2021: Marr Balderramo.
¿Cuál fue tu sensación al tener el vinilo en tus manos?
La verdad, no es la misma sensación de hace veinte años atrás. Al tener el vinilo lo que tenés son veinte años de historia, no solamente el disco con las canciones. Eso es importante. No es la edición original en vinilo sino una reedición a veinte años exactamente. Entonces, eso viene con el Efecto Doppler contínuo, permanecido durante veinte años. Puedo suponer que si el disco no hubiera tenido una proyección más allá de lo musical en este país, que es bastante ingrato, difícilmente se hubiera hecho una reedición. Me refiero a que hay una carga más que musical en el disco. Lo que se reedita es el objeto que reproduce la música, pero viene con una carga importante de una recreación de un mundo a veinte años de una crisis donde, muchos de nosotros, estamos inmersos en una crisis totalmente diferente pero también con la capacidad de dañar el entramado social.
¿A qué lugar te lleva volver a escuchar «Caída Libre»?
Me lleva a uno de los momentos más entrañables, diría la gente mayor que yo (se ríe) de lo que fue la historia de La Trampa, que fue muy extensa pero en ese momento lo que más recuerdo es un núcleo muy sólido y mucha confianza entre nosotros. Cuando Sergio (N de R: Sergio Schellemberg, tecladista de La Trampa desde los inicios, en 1991 hasta 2001) se va de la banda, que fue previo al avanzar en las composiciones de «Caída Libre», a mí se me da una carta de confianza para componer todo el disco. Es una carta de confianza que te permite que vos trabajes de una forma y si esa carta de confianza no está, vos como compositor y autor no trabajás de esa forma, comprometido y estando tranquilo que sos el representante de un sentir colectivo. Y a su vez, cada uno de los otros tenía confianza en la calidad interpretativa de los demás. Había un espíritu muy fraterno, a pesar que en el entorno desde lo inmediato a lo regional, las cosas parecían que iban como en una decadencia inevitable. Lo que recuerdo también es esa contradicción entre el adentro de La Trampa y el afuera.
En eso que decís hay un ida y vuelta entre el voto de confianza del resto de la banda y, de tu parte, también tuviste que hacerte cargo.
Yo creo que no hay muchas oportunidades en la vida adulta para tener desafíos que cuenten como desafíos reales. Digamos, si uno estudió abogacía toda la vida y se te presenta el primer caso porque no trabajaste nunca, eso no es un desafío. Éste fue un desafío no sólo personal sino colectivo. Mirá que tener confianza, en sí mismo, es un desafío que para la mayor parte de quienes nos dedicamos a la música no estamos acostumbrados. Y creo que fue el desafío que me permitió ingresar en la vida adulta con confianza. No dudé, pero no te lo digo de una forma arrogante de que no dudé porque era intrépido. No dudé también porque fue una carta de confianza que gastamos entre todos ¿no? Y creo que a partir de ahí todos salimos fortalecidos, fue como entrar a un territorio de la adultez dignificado por la confianza, por tener un proyecto cuando los proyectos estaban terminando o colapsando, los proyectos del mundo tal cual lo conocimos, como la canción de R.E.M. (N de R: se refiere a «It’s the end of the world as we know it… and I feel fine» de 1987). Era el final de un mundo tal como lo conocimos, así que los desafíos en ese sentido fueron muy edificatorios.
Cuando Sergio (Schellemberg) se va de la banda, que fue previo al avanzar en las composiciones de ‘Caída Libre’, a mí se me da una carta de confianza para componer todo el disco. Es una carta de confianza que te permite que vos trabajes de una forma y, si esa carta de confianza no está, vos como compositor y autor no trabajás de esa forma, comprometido y estando tranquilo que sos el representante de un sentir colectivo. Y a su vez, cada uno de los otros tenía confianza en la calidad interpretativa de los demás.
Es inevitable escuchar la intro de «Santa Rosa» con el sonido del avión y no remontarse a ese Uruguay de la crisis y del exilio. ¿Eran conscientes de eso más allá del efecto inmediato que pudiera tener?
Sería insensato decirte que fue un disco concebido como conceptual, más allá de la cercanía de las dos palabras. No había una visión objetiva de lo que estaba pasando. Creo que el diario del lunes fue en agosto, cuando realmente entendimos la profundidad de lo que estaba pasando. Una cosa son las noticias que las vas concatenando y teniendo una aproximación, pero el diario del lunes es el diario del lunes y el domingo de noche sigue siendo el domingo de noche. Este disco fue hecho durante el domingo. Entonces, las canciones son unidades que, de alguna forma, representan sensaciones con respecto a lo que estaba pasando. No todas, la mayoría. Pero, sin embargo, el autoexilio era una cosa evidente desde el temprano 2002, el irse del país. Y ese sonido pasó a ser un símbolo, un certificado de que a los que te referís es a los que se van, no a los que vuelven. No había que explicarlo. No en vano en la cultura clásica, la cultura griega, uno de los peores castigos era el exilio. ¿A donde te vas? Y… te vas a un lugar donde no solamente tenés que explicar quién sos vos, sino que nadie sabe por qué batalla de la épica griega pelearon tus padres, tus abuelos, tus bisabuelos. Se pierde toda tu historia. Es como una inundación, que una de las cosas más jodidas que tienen la inundaciones es que se llevan toda tu memoria familiar. Perdés toda tu documentación, perdés las fotos de tus padres, las fotos de tus hijos, la partida de nacimiento, el pelo de tu hijo, el diente de leche… Todo eso desaparece y quedás con una especie de exilio en tierra propia, vaciado. Y el que está en el extranjero, de alguna manera, también tiene esa pérdida. «Santa Rosa» tiene una cosa simbólica también porque es el temporal, es inevitable, va a suceder, pero sin embargo reprodujimos a Santa Rosa de la original, que es en las costas de Lima, que fue la que destruyó definitivamente a la armada holandesa. Entonces también es el signo, pasada la tempestad, de un futuro quizás promisorio. Y «Caída libre» lo tiene conceptualmente en esa entrega del clavadista a un devenir que es inevitable.
Es curioso como en el orden de los temas calza perfecto una lógica de «Lado A» y «Lado B». Ambos lados del disco cierran con temas tranquilos, «El oro y la maldad» tiene el punch necesario para abrir el segundo lado… parecería que en tiempos de CD, hubiera sido concebido para una edición en vinilo.
Eso fue un descubrimiento de ahora. Yo te puedo asegurar que no lo pensamos nunca de esa manera. Es que ninguno de nosotros pensó que en algún momento volviera realmente el vinilo. Prácticamente toda la historia de La Trampa es la historia del CD. El primer disco nuestro fue grabado en el ’94, que es cuando se dejó de fabricar el vinilo. O sea que toda nuestra obra fue concebida como doce canciones que tienen que tener una consecuencia lineal. Y esto que vos observás lo veo ahora con el disco, con los dos lados, y es una sorpresa también. Quizás haya un remanente en el inconsciente de concebirlo de a mitades, con un punto de inflexión en el relato general. No te lo puedo responder inventando una respuesta re copada porque no la tengo (se ríe).
Musicalmente, la banda venía de «Resurrección» (1999), con un sonido crudo temas largos, de 5, 7 minutos. ¿Es a partir de «Caída Libre» que empiezan a «entender» la producción artística?
Yo creo que sí, después de haber terminado «Resurrección». Nosotros éramos conscientes que algunas cosas estaban excedidas de tiempo y de repeticiones, pero también nos pareció en ese momento que era propio de la identidad que estábamos buscando. Yo creo que después de todo coincidimos en que desde el punto de vista de la producción artística hubo decisiones que no hubiéramos vuelto a tomar. Pero sí fue un gran aprendizaje.
No fue fácil para una banda de rock ortogonal tener una milonga como ‘Luna de marzo’ con clave de candombe en los estribillos. Pero no porque nosotros no lo supiéramos tocar. No fue fácil porque a los rockeros no les gustaban esas cosas. Hoy en día está todo bien con todos los márgenes laterales, está buenísimo ser inclusivo y ser amigo de todos. En aquél momento no era para cualquiera y se nos castigó bastante por eso. Eso creo que también, de alguna manera, contribuyó al temple como parte fundamental de la identidad de la banda.
También es un disco que aborda las diferentes facetas musicales de La Trampa ya que contiene toques de tango, milonga, incursionan en el candombe y el flamenco mostrando influencias que exceden al rock. Podríá ser un buen resumen de toda la discografía en cuanto a los musical. ¿no?
Totalmente de acuerdo con lo que decís. Esto que estás hablando no entra como fusión, son géneros que están desde lo compositivo. En el fraseo de la melodía cantada ya hay un fraseo que está milongueado. No fue fácil para una banda de rock ortogonal tener una milonga como «Luna de marzo» con una clave de candombe en los estribillos. Pero no porque nosotros no lo supiéramos tocar. No fue fácil porque a los rockeros no les gustaban esas cosas. Hoy en día está todo bien con todos los márgenes laterales, está buenísimo ser inclusivo y ser amigo de todos. En aquél momento no era para cualquiera y se nos castigó bastante por eso. Y eso creo que también de alguna manera contribuyó al temple como parte fundamental de la identidad de la banda. El estar convencido de lo que hacés y que te chupe un huevo, literalmente, las consideraciones de una masa que se había vuelto un poco ortogonal, no solamente en parte del público, sino en la crítica o en los formadores de opinión.
También, en ese momento, arranca el pico de popularidad del grupo, ubicándose en el podio de masividad entre las bandas de rock. ¿De dónde pensás que vino esa conexión?
Creo que lo musical es indudablemente la conexión, mediante la música se conectó con la gente. Pero, tanto la música como las letras lo que tenían eran varias cosas que lograron hacer eco profundamente no solamente en el público montevideano sino en todo el país, y eso me parece que tiene que ver con características de La Trampa. No pasa por tocar cosas folclóricas, porque vos podés tocar cosas muy folclóricas pero no hacer eco. Me parece que era lo discursivo en lo letrístico, el sentimiento interpretativo. Esa suma de cosas que hicieron eco en un momento donde muchísimos miles de jóvenes tenían algo en común por primera vez. Estaban en un pie con algo que perdieron y con el otro pie en lo desconocido. Y me parece que ese disco representó ese momento.
Una identificación hasta generacional que hasta ese momento no habían tenido esos jóvenes con otras bandas ¿no?
Exactamente. Creo que ahí La Trampa tomó buenas decisiones: no adecuarse a un lenguaje para tener la certeza y la seguridad de ser comprendidos sino ir como un mascarón de proa y que la espuma vaya saliendo del casco,
¿Les pesó en algún momento esa responsabilidad? Porqeu también en cierto modo es una responsabilidad ser una voz referencial.
Pero nunca lo vimos así. Esto también son cosas que las hablamos ahora. En ese momento de ninguna manera hablábamos en estos términos, ni por asomo. Nunca lo vimos de esta manera. Y menos en ese momento. Pero, sin embargo, con lo discursivo sí. El diseño de la portada del disco es de Santiago Guidoti era una clave, una llave para que el disco como objeto con la iconografía funcionara dando una información de lo que no era. La caída libre no era el suicidio colectivo ante la debacle, no, no. Era todo lo contrario: asumir tu responsabilidad, algo más nietzscheano, más existencialista, por ese lado. Y ahí la iconografía habla por lo que a los discursos no les da el tiempo, ver un disco y que te transmita algo antes de escucharlo, en ese sentido fue fundamental.
¿En qué estás artísticamente en este momento?
Charlando del vinilo de «Caída Libre» (hace una pausa). Estoy dando clases componiendo, produciendo cosas para otras personas, para otros proyectos y dedicado enteramente al devenir digno.
Que no es poco…
¡Es muchísimo!… Y es extracurricular (se ríe).