Tras el regreso a la actividad en 2020, con dos fechas en el Auditorio Nacional del SODRE, Níquel retomó el camino que había finalizado en 2001. De la mano de su eterno líder Jorge Nasser, la clásica banda retornó para continuar su legado con algunos cambios en su alineación pero, a la vez, contando en sus filas con varios integrantes que pasaron por sus distintas formaciones a lo largo de su primera etapa entre los años 1985 y 2001. Previamente al regreso a las tablas, publicó “Blues al Sur”, un histórico registro en vivo de 1997 junto al desaparecido músico argentino Pappo y por el cual obtuviera, recientemente, el Premio Graffiti a Mejor Álbum en Vivo. Además, hace unas pocas semanas lanzó “Lenguas”, single adelanto del nuevo álbum anunciado para marzo del próximo año, el primero de canciones inéditas desde 1999. El 16 de octubre, a las 21 hs. Níquel vuelve a presentarse en el Teatro de Verano luego de más de dos décadas en una noche que, además de contar con invitados como Fede Lima, Bruno Andreu, “Dinamita” Pereda y Fran Nasser, tendrá la apertura a cargo de la banda de músicas La Dulce.
A propósito del show, conversamos con Jorge Nasser sobre el regreso del grupo a los escenarios, la explosión de la banda a comienzos de los años ’90, del fin de aquella primera etapa y la actualidad de la banda de cara hacia el futuro.
Por Liber Aicardi
¿Cómo sentiste el show de regreso de Níquel en el Auditorio del SODRE?
Lo sentí intensamente. También, en algún punto, con gusto a poco porque el hecho que haya sido en plena pandemia, de alguna forma, hizo que fuera muy condicionado, pero, fue bárbaro. Se puede escuchar en la música que está grabada que la pasamos bárbaro y que la gente también.
¿Y con el hecho de volver a encontrarte con esas canciones?
Bien. Ya, desde los ensayos. Muy contento con la vigencia de las canciones, con la vigencia del sonido, de las ideas musicales que están expresadas.
¿Sentías que Níquel seguía estando presente en el público?
Un poco sí, porque en mis shows tenía que cantar canciones de Níquel. Eso por el lado de las canciones. Después, por el lado del rock específicamente, como colectivo más que nada, empezó a haber un reconocimiento que antes no tenía, o que yo no registraba. Y mucha gente que ahora son músicos profesionales me dijo que eran fans, que habían ido a tal o cual concierto. Sentí que en ese aspecto, sí, estaba presente.
¿Y con un sector del público rockero, que en su momento era más cerrado, también te pasó de tener una especie de reconocimiento tardío?
Sí, fue un tema bastante claro ese, me lo han hecho saber. Yo creo que eso no tenía que ver tanto con la música, me parece que era más por la posición que ocupaba la banda o por otras cosas que tenían más que ver con la repercusión que la banda podía tener en ámbitos que no eran del rock, que por la música en sí.
¿La transgresión de Níquel pasaba por otro lado respecto a las bandas de la época, por querer trascender y no tener empacho en pretender vivir de la música?
Claro. Nosotros teníamos otras banderas que hacían falta en el rock, nosotros ocupamos espacios nuevos, colonizamos espacios para el rock. Alguien tenía que hacerlo. Nosotros veníamos de Argentina donde teníamos conocimiento que eso existía y lo que hicimos fue lo que teníamos que hacer, popularizar el rock, tratar de hacerlo popular y no sólo de un gueto. Ahora todo el mundo reconoce a Los Estómagos pero, la verdad, es que les costó llenar un Cine Cordón y lo hicieron cuando se separaron. Pero funciona así. Hay veces que sos significativo y no, necesariamente, popular o masivo. En el caso nuestro queríamos hacer las dos cosas: ser significativos y masivos. Ahí puede ser que eso haya molestado, quizás, lo ambiciosa que era la banda. Fijate que entre el ’89 y el ’95 hicimos muchas cosas en un lapso breve. Hicimos muchos shows, mucha cosa, practicamos muchos deportes musicales (se ríe), hicimos un recital acústico antes de que estuvieran de moda, Níquel Sinfónico… una aventura bastante loca.
También llevaron adelante un modelo de autogestión, algo que tampoco era común entonces, ya que la mayoría de las bandas pertenecían al sello Orfeo y ustedes editaron los “Gargoland” de manera independiente.
Nosotros teníamos la escuela de Los Redondos, yo tenía mucha amistad con Skay y con “Poli” (N de R: guitarrista y manager de Patricio Rey y sus Redonditos de Ricota, respectivamente), con el Indio también, pero menos. Y para mí era algo bastante deseable, sabía que estábamos haciendo algo que estaba bueno. Estaba bueno hacerle así (N de R: levanta el dedo medio) a las compañías en ese momento. Cosas de otra época, porque ahora la gente está desesperada por ser parte del sistema. No existe no ser parte del sistema. Ahora, la autogestión es una fantasía porque morís con un agregador que te tiene que subir a Spotify porque, si no, no te escucha ni el loro. En aquella época eso era real. Fue una época muy fermental… Nosotros realmente pegábamos las tapas de los discos con Cascola y llevábamos los discos y, a veces, nos llamaban que ya se habían terminado el mismo día. Nos llamaban y decían: “llamo de la disquería tal para que traigan cinco discos”, “pero ya fuimos” le decíamos y nos contestaban “sí, pero ya se vendieron”. Pasamos de ser una banda under de segunda línea, porque éramos una banda de segunda línea como Séptimo Velo, ponele, ese era nuestro destino porque cortábamos poquitas entradas, a convertirnos en un grupo muy popular. Tal vez, el más popular de esa época términos de masivo ¿no? El primer grupo en llevar miles de personas por sí solo. De repente, tuvimos que empezar a manejarnos con personas que nos esperaban en el interior como si fuéramos los Beatles, un nivel de fanatismo al que no estábamos preparados ni acostumbrados. Tuvimos que lidiar con eso y yo creo que esa fue la parte que tratamos de que nuca nos afectara la música, pero, capaz que como personas y en alguna toma de decisiones, puede haber influido en un poco de mareo.
¿Te pasó de marearte con el personaje de rockstar?
Probablemente, sí… Es que había que hacerlo. Nosotros éramos rockeros y hacíamos todo lo que hacían los rockeros.
Nosotros teníamos otras banderas que hacían falta en el rock. Nosotros ocupamos espacios nuevos, colonizamos espacios para el rock. Alguien tenía que hacerlo. Nosotros veníamos de Argentina donde teníamos conocimiento que eso existía y lo que hicimos fue lo que teníamos que hacer: popularizar el rock, tratar de hacerlo popular y no sólo de un gueto.
Está claro que la bisagra en la carrera de Níquel fue “Candombe de la aduana” ¿Recordás el momento en que terminaron de cerrar la canción? ¿Te dabas cuenta de lo que tenías entre manos?
La canción ya estaba compuesta pero tenía otro arreglo que era más un candombe y, entonces, un día tuve una epifanía, digamos, que me llevó como a simplificar la canción. Ver qué acordes había detrás de los otros acordes y qué había atrás del ritmo de candombe, le cambiamos el arreglo y dije “vamos a hacerla así ahora” y mató. Pero mató desde el primer día que la tocamos en la sala de ensayo. Entró Wilson Negreyra, que era el que cuidaba la sala donde ensayábamos, que todavía no era integrante de la banda, y dijo “loco, ¿qué es esto que están tocando?” “¿lo qué?” “esta canción que estaban tocando recién” “ah… la que tocamos siempre, le hicimos otro arreglo y ahora es así”. Es como que con la canción pasó algo mágico. Las canciones tienen eso. Es una canción con un estribillo largo y es difícil que te salga bien una canción con un estribillo largo, que no es “estoy contento, estoy contento” (N de R: simula tocar la guitarra). Está bien, capaz que te lo acordás, pero no pasa nada. Por ejemplo, nosotros teníamos un tema que se llamaba “Hasta mañana”, “hasta mañana” (N de R: cantando), “Sin mí”: “sin mí” (N de R: nuevamente cantando). Siempre decíamos “¡qué bueno sería tener una canción con un estribillo largo!”.
Y todo lo que provocó esa canción, en algún punto, me trajo hasta acá, también. Pero, creo, que para eso nadie está muy preparado, y otra cosa que pasó fue que no teníamos antecedentes. No teníamos de dónde agarrarnos, cómo hacer, cómo manejar una situación como la que estábamos viviendo porque no había antecedentes, reitero. Habría que remontarse a Los Shakers y lo vivieron en Buenos Aires y también fue traumático, los estafaron, fue una locura todo y algo de toda esa cosa de “loquibambia”, de carrousel sin parar y sin control, todo el tiempo a partir de ahí hasta el 2001 que no lo resistí más y creo que Pablo (Faragó) tampoco. No lo resistimos más. Una de las cosas que más nos pasó fue que como que no resistimos más manejar esa bola candente que produjo la situación de ser populares en Uruguay y, después, tener una relación de amor y odio con Buenos Aires, que fue otra de las grandes claves de esa época.
¿Hubo un momento o un click, que determinó la separación o se fue dando paulatinamente?
Hubo años muy oscuros para el rock uruguayo, muy duros. El ’98, el ’99 fueron años muy humillantes para el rock uruguayo, un momento malo. Nosotros porque era Níquel, era más el nombre de la banda, pero había una gran miseria, una gran crisis económico-social-moral en el Uruguay. Había un modelo que se estaba partiendo en mil pedazos como el modelo neoliberal en Argentina y en Uruguay, y había una gran confusión. Nosotros estábamos arriba de esa situación, no sabíamos muy bien qué hacer y, aparte, estábamos cansados de toda esa travesía desde el año ’91, que sale “Candombe de la aduana”, hasta el año 2001. Son diez años, estábamos cansadísimos. Igual, hicimos un álbum estupendo como “Prueba viviente” donde nosotros, de alguna forma, nos reinventamos y volvimos un poco a las raíces gárgolas, es un álbum muy “niquelero” ¿viste? Un álbum muy aguerrido, yo le tengo un gran cariño a “Prueba viviente”. Inspirado, bien hecho, en un momento donde a nadie le podía importar eso. Lo que pasaba era que el rock no estaba ni de moda, era el momento de “la pizza muzzarella” y de “la mayonesa”, la gente estaba para otra cosa. Entonces, se juntaron una serie de factores.
¿Qué encontraste en la milonga y en todo el ambiente que la rodea que ya no te encontrabas en el rock?
Sanidad. Sanidad. Un ambiente, por lo menos para mí, que era un extranjero ahí, mucho menos tóxico en todo sentido. Un ambiente mucho más inocente, si se quiere. El folclore casi no tiene prensa especializada, es seguido mucho menos de cerca por la intelectualidad, es algo más popular. Entre los artistas y el público no hay filtros, no hay manuales explicativos como podría llamarse a los medios. Vas al festival, si les gusta, te aplauden y, si no, se van. Y eso me parecía bárbaro. Tuve mucha suerte porque en realidad le gustó a la gente y, de algo que era un proyecto “aside” porque cuando yo terminé de grabar lo que, a la postre fue mi primer álbum solista, la banda no estaba disuelta todavía, hubo un momento en que convivieron ambas cosas. Me pasó, también, que al dejar de consumir, empezaron a aparecer otros tópicos… mi vida. Simón tenía ya tenía cinco o seis años y ya había criado a Francisco en el rock y había sido una locura, no le había podido prestar atención. Yo le quería prestar atención y esto me permitía todo: realmente tenía que viajar, tocar y volverme, no había nada en el medio. No había que conservar ninguna forma… yo iba con mi sombrero y a mí nadie me preguntaba nada (se ríe).
Me parecía que no era natural tocar ‘Gusano loco’ y que no fuera Níquel si yo soy fundador de la banda, autor de las letras, de la música, de la mayoría de los arreglos y el productor de la mayoría de la música. Tenía un control casi absoluto de la banda con la ayuda de Pablo Faragó. Yo era el líder. Lo que me costó mucho, a mí, fue aceptar eso.
¿Pagaste derecho de piso en al ambiente de folclore y la milonga?
No… Cero. Yo creo que fue algo bienvenido. Por el público ¿no? Capaz que alguno en la casa, algún grupo o algún guitarrista no le gustó, pero, por lo que escucho sonar en el folclore de ahora, fue algo muy bienvenido porque todos los tips que se introdujeron siguen. Lo veo en Catherine Vergnes, en Jose Damiani…
Y por el otro lado ¿llegó un momento en que empezaste a extrañar el rock?
Si, llegó un momento personal. Fue lo mismo que lo otro, son momentos muy personales. Son decisiones artísticas, pero, siempre están basadas en motivos personales ¿Por qué ahora el “Pato” no está? (N de R. Pablo Dana, ex bajista de Níquel). Participó de la vuelta y en un momento dijo “mirá que no estoy más, dejo la música” y dejó la música; por lo menos de momento dejó todos los proyectos. ¿Qué motivos tiene? Motivos personales. Los motivos personales me llevaron a hacer rock. Punto. Y cuando hago rock, me llamo Níquel.
¿No podías salir a tocar rock como Jorge Nasser?
A mí me parecía que no. Me parecía que no era natural tocar “Gusano loco” y que no fuera Níquel si yo soy fundador de la banda, autor de las letras, de la música, de la mayoría de los arreglos, el productor de la mayoría de la música. Tenía un control casi absoluto de la banda con la ayuda de Pablo Faragó. Yo era el líder. Lo que me costó mucho, a mí, fue aceptar eso. “OK, loco, Níquel sí es lo que sos vos”. Cuando mi hijo grande iba la escuela decían “mirá, ahí va el hijo de Níquel” y yo me volvía loco de rabia porque nadie sabía quién era Jorge Nasser. Y no hice una carrera solista para que la gente supiera. Finalmente, la gente supo quién era Jorge Nasser porque, de hecho fui más años solista de lo que estuve con Níquel, pero, sin embargo ahora volví con Níquel y me resulta una experiencia divertida. Creo que estoy haciendo el mismo tipo de aventura, transgresora. Me siento haciendo algo transgresor tocando con Níquel y grabando en este momento para marzo del año que viene. Me siento transgresor. No sé, capaz es una fantasía mía y dentro de un año pienso lo contrario.
Hace unas semanas se editó “Lenguas”, el primer tema de Níquel en veinte años, y tiene algunos toques electrónicos, algo en lo que ya habían incursionado en “Prueba Viviente”, el último disco de estudio antes de la separación ¿El nuevo material por dónde viene musicalmente?
Si fuera un capítulo, sería el capítulo siguiente. Nosotros ya habíamos derivado hacia una cierta forma de art-rock, unos coqueteos con el art-rock al estilo de Bowie. Pinceladas… porque lo nuestro siempre fue rythm & blues y blues, y eso no se va a cambiar. No somos una banda basada en el reggae, por ejemplo. Hay una cantidad de bandas actualmente que son de rock pero que tienen mucha influencia del reggae. Nosotros somos anteriores, somos del blues. Eso no va a cambiar, pero, a ese blues se le agregan elementos de rock. Si logramos hacer que el álbum encaje dentro de esas coordenadas, que es en lo que estamos trabajando arduamente, vamos a tener un buen disco de Níquel.
¿Qué expectativas tenés para el show del Teatro de Verano?
Una de las diferencias que hay entre esta nueva etapa de la banda y la anterior es que esta no tiene urgencia ni presiones. No tiene la parte dramática, digamos. Si va gente, buenísimo; si no va gente, buenísimo también. Invitamos a La Dulce, que es una banda de chicas, lo que me parece bárbaro. Me parece buenísima toda la irrupción de mujeres en la escena, es alucinante que el rock deje de ser ese ambiente de misoginia en el que vivíamos.
Las entradas para el show se encuentran a la venta a través de Abitab
Foto: Valentina Colman Ferrari