Capítulo 21

#SoyFan

Nicolás Bagattini


  • Foto: Paola Lema
  • En esta entrega de #SoyFan, el invitado es Nicolás Bagattini, vocalista de La Saga, banda que está cumpliendo quince años de vida y que cuenta con cinco álbumes editados hasta la fecha. Mañana, viernes 13 de abril, a partir de las 22:00 hs. La Saga se presenta en BJ Sala y antes, Nicolás, nos habló de su fanatismo por uno de los cantantes más importantes, acaso el más importante, de nuestro país: Alfredo Zitarrosa.

    Nicolás conoció a Zitarrosa en su niñez, y nos lo cuenta recordando que “mucho antes de que el rock ingresara en mis venas, la música estaba presente en mi casa a través de la milonga y el tango. Cuando viajábamos en el auto, en la época del cassette, había siempre dos o tres fundamentales, que pasaban y pasaban hasta que las cintas se gastaban, y, casi sin darte cuenta, iban formando parte de vos, conformando tu identidad y tu sentir frente a las cosas. Entre discos de Viglietti y poemas de Mario Benedetti que leía mi vieja, entre los cassettes de los Les Luthiers, había un artista que recuerdo escuchar en carretera, y sentir que me cambiaba el alma: Alfredo Zitarrosa.”
    A la hora de mencionar los aspectos que más destaca de Don Alfredo, Nicolás hace referencia a varios de ellos: “su voz, inigualable, por profunda y poética. Su decir, qué decir. Su postura impresionante, la frente en alto, los ojos sabios. Su peinado, su solemnidad, su pluma, su ironía, sus guitarras.”
    Es indudable que la música de Zitarrosa marcó hondamente al líder de La Saga, además de transportarlo a momentos y lugares muy especiales, ya que, según sus palabras “entre los seis y los nueve años, creo yo, y en la adolescencia temprana, antes de Dylan o los Beatles, Alfredo fue una constante, o al menos esa época de mi vida, si tengo que evocarla la evoco dentro de ese auto, yendo por la interbalnearia, con mis hermanos y mis viejos, cantando.”

    A continuación, te dejamos los cinco temas de Alfredo Zitarrosa, seleccionados por Nicolás Bagattini:

  • 1 – Milonga para una niña. Creo que la canción que más atesoro es “Milonga para una niña”. Recuerdo tener la imagen penosa de la despedida la metáfora campera, la diferencia de edad, el comprender el tiempo desde otro lado, y de vibrar cada vez que cantaba Alfredo la frase “puedo enseñarte a volar, pero no seguirte el vuelo”. ¡Qué altura! ¡Qué manera de decir adiós! ¿Cómo podría yo alguna vez escribir alguna frase parecida? ¿Cómo podría yo vibrar internamente como Alfredo, cómo podría alguna vez entender sin dudas que “hay formas de amar que son modos de conciencia”?
  • 2 – Guitarra negra. Cuando escuchaba “Guitarra negra”, podía sentir mi guitarra, recorrer sus partes, transitaba en su voz, la guitarra hecha mujer, hecha muerte, sin darme cuenta dejaba ingresar en mí la cadencia repetitiva de las guitarras, el violín, la melodía. Se metían en mí palabras densas, oscuras. Decía Alfredo “Hoy anduvo la muerte buscando entre mis libros alguna cosa, como he sido, como ha sido mi vida”. De alguna manera, con esta canción aprendí que la poesía de la tristeza tendría para siempre un lugar en mí. Yo estaba ahí, en la escena, Alfredo ¿cantaba o recitaba? No me importaba, solo sabía que la muerte no lo había encontrado. “Hoy dejaré las puertas y las ventanas de mi casa abiertas para siempre” decía. Yo creía que así debía ser, que así podría sentirse realmente la libertad. Recorrí mi corazón mil veces, morí y renací en la guitarra, y temí por cada marronazo mortal de la res “tembló el marrón, tembló el marronero, y la res murió temblando de dolor y de miedo, de un marronazo en plena frente, for export, del Uruguay”. El auto, apenas llegaba al peaje, cansino y lento. Yo me preguntaba lo mismo que Alfredo, como haría para tomar esto en mis adentros.

  • 3 – Pa’l que se va. Encendía el auto y los aplausos mientras la perspectiva del exilio, de estar lejos del país, me pegaba por primera vez en la cara. ¡Las guitarras! Los arpegios bailaban mientras el cuarteto los tocaba. Era un momento muy intenso, corto e intenso, en el que pasaban muchas cosas. Era increíble, mi viejo cantaba en el auto, mi vieja aplaudía, mis hermanos preguntaban cuanto quedaba y la tristeza, de nuevo, era matizada por la posibilidad de volver, de reencontrase con los afectos. Mantenerse firme, con las convicciones firmes, era premisa. Nunca negar el pasado, siempre mirar para atrás para seguir adelante. La metáfora campera del “Cuanti”, que años después usamos con La Saga en una canción llamada “Suerte”. ¿Cómo no construirse alrededor de lo que decía? Cómo no tomarle el gusto a ese sabor agridulce? ¿Cómo no hacerse amigo de la nostalgia, como no pensar en los que no están? Cada vez que Alfredo cantaba esto, mi abuelo volvía y yo lo sentía aquí, a pesar de la distancia.

  • 4 – Si te vas. Era una piña en el pecho. Recuerdo el acorde de antes de la cantada, la guitarra grave, y lo que yo sentía nuevamente, con las palabras. Yo también estaría despierto si me abandonaban. Estaría prevenido y también desearía que fuera definitivo. De esa manera, podría hacer el duelo, y me dolería, quizás menos, o quizás diferente. “Sin adioses, el amar y el morir nuca son olvido”. Me parecía increíble poder despedirse así, amar y dejar atrás sin condiciones. Pidiendo el todo del final, el adiós definitivo, y permanecer estoico, dejar ir, agradecer y seguir adelante. Si total, hay tantas cosas terminadas a pesar de seguir juntos. Nuevamente, pensaba que eso sería una buena manera de defenderse, una estrategia inmensa contra el amor perdido, la separación y el duelo.
  • 5 – Milonga de ojos dorados. Me enseñó que se podía cantarle a la canción, que uno podía estar triste por no estarlo, y que a veces era preferible sentir algo que no sentir nada. El olvido, finalmente, era como la morfina del alma. Ésta era una de las canciones que se cantaban bastante en la casa, y la metáfora de “qué pena que no me duela”, era el subtitulo de mis viejos para varias situaciones, para decirnos que a veces, a todos nos gusta sufrir, y que es preferible para el alma, tener una guitarra compañera y llorar un poco, que vivir anestesiado. El “solo” de guitarras me parecía magia en aquella época. ¿De dónde viene eso? ¿Cómo puede tocar tan rápido? me preguntaba. Era muy emocionante, y lo sigue siendo, creo yo, por otras razones, casi como una metáfora de que ese tiempo, así como lo recuerdo, no volverá jamás.
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