El próximo domingo 25 de agosto se cumplen treinta años de la separación de Los Estómagos, el grupo más importante del rock uruguayo post dictadura y puntal de una generación de músicos con muchas cosas para decir en aquél Uruguay gris, sin futuro y con las heridas de la dictadura, aún, en carne viva. Tras seis años de carrera y cuatro álbumes editados, además de la participación en varios compilados de la época, en 1989, Gabriel Peluffo, Gustavo Parodi, Fabián “Hueso” Hernández y Marcelo Lasso decidieron ponerle punto final a la banda con un último recital en el viejo Cine Cordón. El siguiente editorial no pretende más que transmitir el sentimiento y el recuerdo de aquella noche. Eso sí, con el inevitable sesgo de dos factores como la subjetividad que amerita la ocasión y el, también ineludible, paso del tiempo con las zancadillas que éste acostumbra a ponernos.
Por Liber Aicardi
Foto: Marcel Loustau
La noche del 25 de agosto del ´89 quedó marcada en muchos de los cerca de mil asistentes al desaparecido Cine Cordón, por una especie de orfandad generacional. Se despedían Los Estómagos, algo inédito en aquél entonces, ya que las bandas de la movida del rock post dictadura que se habían separado hasta ese momento, lo hicieron en forma silenciosa, simplemente dejando de tocar o por medio de un simple comunicado, sin despedidas frente al público. El anuncio de la disolución fue algo inesperado para quienes no éramos allegados a la banda. Venían de lanzar un tremendo cuarto disco el año anterior (“No habrá condenado que aguante”, 1988), estaban prendidos fuego arriba del escenario y (con el diario del lunes) la combustión interna se canalizaba en grandes canciones. Un disco por año entre 1985 y 1988, todos distintos entre sí pero igual de fundamentales. En ese entonces, fueron noticia y tuvieron más repercusión mediática por el anuncio que por su última obra, pero, así son las reglas de los medios. Aún resuena en mi cabeza la voz de Darío Medina, conductor en aquél momento del Ranking 100.3 y Frecuencia Libre (ambos programas de la gloriosa El Dorado FM) promocionando una entrevista en su programa y poniendo en palabras un sentimiento con el que identificaba plenamente: “la voz de toda una generación se apaga” decía el locutor.
Por cuestiones de edad (y vaya a saber uno qué otras cosas) no fui testigo de los míticos primeros recitales de ellos ni de las otras bandas del momento. En aquellos años, mis shows en vivo eran el carnaval en el Liverpool, los artistas que iban a tocar al comité de base del barrio o los ensayos de Araca La Cana o La Falta. Llegué a Los Estómagos viendo, rigurosamente, como cada martes, Telecataplum, el programa humorístico de canal 12, donde, cada tanto, cuando salía algún videoclip nacional lo difundían, además de llevar números musicales (Jaime Roos era de los más frecuentes). De repente, anunciaron a unos tipos que se llamaban Los Estómagos y tocaron una canción llamada “La barométrica”. Admito que no entendía mucho lo que pasaba, pero me gustaba eso que hablaran de la mierda, lo absurdo del nombre, la risa burlona que provocaba en mis abuelos y que, sobre todo, incomodaran. Ahí, me enteré que había tipos de mi generación haciendo rock, que eran de acá, que molestaban y tenían unos looks igual los grupos de los videos que pasaba Alfonso Carbone en canal 5. Aquello había sido lo más punk que había escuchado por estas tierras hasta ése momento, sin saber muy bien lo que era el punk. En mi entorno no había amigos que fueran a los toques ni parientes que trajeran discos de Europa, ni músicos, ni nadie que me explicara por dónde venía la cosa. Mi tío Néstor, unos años mayor que yo, tenía discos de Psiglo, Pink Floyd y Deep Purple, de los cuales me pasaba horas mirando sus tremendas carátulas, pero, él estaba por fuera de este “nuevo” rock nacional. Más tarde, comenzaron a sonar en la radio “la del puré” de Los Tontos, “Cambalache” (otro momento bisagra), “Fuera de control” y “Torturador”. Después, llegarían Los Traidores con “La lluvia cae sobe Montevideo” y Zero con “Riga”. El círculo se cerraba: chau canto popular, hola rock uruguayo.
El primer disco que escuché de Los Estómagos fue “La ley es otra…” (cassette, para ser honesto), que fue el segundo y, mucho tiempo después, me compraría en una liquidación del Palacio de la Música del Paso Molino “Tango que me hiciste mal”, el primero. Para el tercero (“Los Estómagos”, 1987), todo estaba en el punto justo: amigos del liceo con los que ya íbamos a los toques, el grupo con su disco más oscuro e intenso y yo cuestionando (y cuestionándome) todo. Mejor imposible.
Haciendo memoria para escribir esta nota, dudo si fueron cuatro o cinco las veces que los vi en vivo, pero, sí tengo muy presente cual fue la primera. Fue en “Rock en el Palacio”, un recital compartido para festejar los 250 programas de Video Clips, un 24 de agosto, pero de 1987. Esa noche también se grabó el primer disco en vivo de aquella generación, con un par de temas de cada banda. Tocaron Neoh 23, el Puticlub, ADN, Los Traidores, Los Estómagos y cerraban Los Tontos, que eran la banda del momento. Recuerdo el arranque de Los Estómagos como un flash. Con los músicos sobre el escenario y la canción (no recuerdo cuál) ya empezada, irrumpió un Gabriel Peluffo incontrolable, con “las lanas” por debajo de los hombros y saltando como desquiciado agitando a un público que Los Traidores habían dejado más que pronto. Ahí estaban, unos animales. “El Hueso” Hernández balanceando su bajo de un lado a otro con su típico “saltito” de pies juntos, Parodi sacándole su particular sonido a la guitarra y Marcelo Lasso con su contundente golpe. Una aplanadora, te pasaban por arriba, lo que transmitían esos tipos…
Desde esa noche, hasta su separación, trataba de ir a verlos cada vez que podía. No eran tiempos fáciles para los jóvenes y, menos, para los que queríamos rock. El presidente era Sanguinetti pero, todavía, mandaban los milicos y las razzias eran el PlayStation de los coraceros y cualquier otro uniformado que se había quedado con ganas de dar palo o, citando a los propios Estómagos, “por diversión”. El chiste con mi vieja (medio en joda, medio en serio) era decirle “voy a un toque, si no vuelvo andá a buscarme a jefatura”, a lo que seguía un “tené cuidado, Liber”.
Aquél 25 de agosto de 1989 no era un día más (sí, como la canción de Buitres), era la última vez que íbamos a ver a Los Estómagos y allá arrancamos, en el 17 de COTSUR (que no pasaba nunca y tampoco había ninguna aplicación para seguirlo en tiempo real) con Marcela, Lourdes y “El Polo”, mi hermano de la vida. Ya el ambiente era espeso a la llegada, pero entramos enseguida porque íbamos a una fiesta, no a hacer kilombo. Una vez dentro del lugar, no paraba de mirar aquél telón de fondo con una pintura igual a la tapa del último disco, como en el video de “Avril”. Como era feriado había que escuchar el himno. Escuchar es un decir, porque, como correspondía, los silbidos y los cánticos contra los milicos, tapaban (o queríamos que taparan) aquél acto miliquero. Luego, por fin, el arranque con “Una Ola” (si los años no me traicionan). De ahí en más, y hasta el final del show, el desahogo, la piel de gallina y el nudo en la garganta sabiendo que me iba a quedar sin mis referentes generacionales, así como lo habían sido Zitarrosa, Viglietti o Los Olimareños para mis viejos. Todo era muy border… un nervioso Gabriel Peluffo pidiéndonos que no hiciéramos bardo porque ellos tenían que bancar lo que se rompiera, el rumor que corría adentro del cine que afuera se había complicado con la cana por algunos que quisieron entrar de pesado, y esas canciones tocadas como nunca, al menos en mi cabeza. Y al final, se había complicado nomás. Seguramente les salió carísima la despedida entre butacas y vidrios rotos, pero, así de intensa era la escena en los 80’s. En teoría debieron haberse bajado antes del escenario pero siguieron unos temas más, hasta que Peluffo anunció “los últimos bises del grupo”. Para agregarle mística a esa noche, hacia el final tocaron “Yo no me vendo”, un inédito, de la primera época, la más punk de todas. Nos recuerdo volviendo por 18 de Julio rumbo a la Plaza de los Bomberos y yo no podía sacarme esa canción de la cabeza, que escuchaba por primera vez, que no estaba en ningún disco y que no volvería a escuchar más, si no hasta hace unos pocos años que, gracias a la tecnología, pude acceder al audio completo de esa noche. Prometieron que nos veríamos muy pronto. Obvio que no me imaginaba cuándo era pronto y de qué manera. A los pocos meses volvieron, sin “El Hueso”, con otro nombre y otra propuesta. Nacía Buitres Después De La Una, pero, eso es otra historia.
Aunque algunos de sus temas se fueron colando en el repertorio de Buitres hasta convertirse en clásicos de ambas bandas, como “Frío oscuro”, “Avril” o “Cambalache”, Los Estómagos nunca regresaron. Existieron amagues y deseos que nunca se concretaron y, por más que eso me genere sentimientos encontrados entre las ganas de volver a escuchar, una vez más, aquellas canciones por aquellos integrantes y el respeto por dejar el grupo y su obra en sus coordenadas de tiempo y espacio, me quedo con esto último. En definitiva, su decisión; lo que dignifica, aún más, el lugar que ocupa esta banda iniciática de nuestro rock, el rock uruguayo tal como lo conocemos ¡Salud, Estómagos!