Un proyecto que nació para durar apenas un puñado de funciones terminó convirtiéndose en una de las bandas referentes del rock uruguayo, con 40 años de trayectoria. Liderada por la icónica figura de su eterno líder, Tabaré Rivero, La Tabaré supo mutar y mantenerse sin perder identidad. Con la contracultura como bandera, forjó y marcó el camino para varias generaciones de rockeros uruguayos que supieron decodificar su mensaje contestatario y sus ácidas lecturas de la realidad social, desde los años ochenta hasta la actualidad, sin descuidar el valor artístico.
Este sábado 8 de noviembre a las 21:00 h, La Tabaré celebra sus primeros 40 años de existencia en el Teatro de Verano Ramón Collazo y las entradas para el show se encuentran a la venta a través de Tickantel.
A propósito de la celebración de una carrera cargada de intensidad, inconformismo y también controversia, conversamos con Tabaré Rivero acerca de la historia de la banda, de cómo logró sostenerse en momentos de adversidad que atravesó el rock uruguayo, y también de sus propios vaivenes con el género.
Por Liber Aicardi
Foto: Difusión¿Qué se te pasa por la cabeza cuando mirás atrás y caés en la cuenta de que una banda formada para un ciclo de cuatro shows se mantiene durante 40 años?
Me pasa un gran agradecimiento a la vida, era el sueño de mi vida y lo pude cumplir ininterrumpidamente. Y agradezco al público, agradezco a toda la cantidad de músicos que pasaron con la banda. Con algunos vine en una situación de mucha amistad y con otros no tanto, pero aún con esos que no tanto, ahora con el correr del tiempo me doy cuenta que sin ellos no hubiera sido posible seguir adelante, porque todos aportaron muchísimo. Inclusive aquellas personas que de pronto me molestaron en algún momento porque pensaban diferente a mí… no importa, pusieron mucho para La Tabaré, para la banda, para que esto siguiera. Entonces tengo agradecimiento al público, inclusive a la prensa, a toda la gente que de alguna manera hizo que esto fuera posible. Cuando empezamos en el año 85, para mí esto iba a ser algo realmente imposible: el rock no existía prácticamente en Uruguay, y cinco años más tarde, en el 90, también dejó de existir el rock. Y sin embargo, nosotros pudimos sobrevivir, ya sea haciendo teatro con “La Ópera de la Mala Leche” o lo que sea, pero pudimos sobrevivir gracias a todo esto que te estoy diciendo.
¿Recordás el momento en que decidiste formar La Tabaré?
Sí, lo recuerdo como si fuera hoy, porque yo me reunía con la gente del Cuarteto de Nos en la casa de Ricky Musso, estaban también Los Tontos, que eran amigos de ellos, y estaba el “Mandrake” Wolf, gente que en aquella época hacía un rock humorístico y bastante transgresor para la época. Mis canciones las componía para escucharlas yo solo, porque yo era actor en ese momento, pero los conocía a ellos en una obra de teatro que tenía música en vivo y ellos hacían música. Resulta que mis canciones las empezamos a tocar en un cumpleaños de alguno de ellos, nos reuníamos todos y cuando me insistieron para que yo cantara —porque a mí no me gusta cantar en reuniones en cumpleaños, porque me consideraba un tipo que tocaba mal la guitarra, que cantaba mal y que nada, y que era muy, muy tímido, aunque la gente no lo crea— me dieron manija para que cantara. Canté dos canciones y les encantaron. Se rieron porque tenían humor, les pareció que las letras eran buenas, que las músicas estaban bárbaras, y me dijeron: “Te obligamos a hacer un toque”. Yo dije: “No, no, no, de ninguna manera, es el sueño de mi vida, pero no me animo”. Y me dieron tanta manija que al final dije: “Bueno, ¡ta!”. El primer día que subí al escenario temblaba de miedo, porque yo estaba convencido de que la gente se iba a aburrir, que no le iba a gustar… y fue un éxito ese ciclo de cuatro o cinco funciones. Me acuerdo que estaba tan emocionado de lo que habíamos logrado que no podía creer.
La Tabaré siempre tuvo una característica, entre muchas, y es que más allá de lo estrictamente musical, era una banda de espíritu punk, pero ya en los primeros discos innovaron en incorporar folclore, murga, tango, etc. Sin embargo, igualmente eran aceptados por sus seguidores. ¿Cómo se te ocurrió abordar esos estilos, pero manteniendo el mensaje contracultural?
El primer disco (“Sigue Siendo Rocanrol”, 1986) es un disco un poquito más new wave, porque los músicos que me acompañaban eran diez años más jóvenes que yo y les gustaba toda esa movida de rock y new wave que estaba en los años 80 y que yo no le entraba del todo. Yo había sido más escucha de rock más experimental también, además había curtido como público el canto popular. Entonces, de alguna manera, yo ya tenía una base de que quería primero la uruguayez en una banda de rock. Y todo eso me hizo sumar las partes, justamente folclóricas, murgueras, tangueras, todo lo que fuera posible que nos diferenciara de una imitación de una banda anglosajona… a mí particularmente me hacía sentir muy satisfecho. El público, algunos lo entendían como que estaba bien, a otros no les gustaban tanto. Aún hoy pasa eso: algunos prefieren el rock más “motoquero”, le llamaría yo. Pero a mí me gusta el rock experimental, inclusive a veces le insisto a los músicos para hacer algo más experimentado, y no me dan bola del todo porque siguen siendo menores que yo, y no vivieron esos años de experimentación musical que fueron los 60.
También, la potencia del mensaje y las letras trascendía lo estrictamente musical…
Claro, siempre me importó, desde toda mi vida, saber qué decían esos músicos que yo escuchaba. No sabía inglés, ni lo sé ahora —soy bastante torpe con el inglés—, pero siempre me preocupé por conseguir revistas o libritos que venían con las traducciones. De pronto, uno leía en una revista la letra de una canción y en el librito leía la letra de la misma canción y decía cosas diferentes. Entonces siempre tuve que, digamos, buscar y me interioricé muchísimo en eso, al punto que me llegaron a decepcionar bandas que me gustaban mucho por las letras. A ver… Los Beatles, que al principio cantaban canciones con letras muy sencillas, no me decepcionaron nunca, porque era lógico que en el año 63 al 65 cantaran letras sencillas. Pero después, más adelante, con la llegada de Bob Dylan, todo cambió, y a mí me encantó ese cambio, ese cambio poético en las letras. Inclusive en el rock argentino: me acuerdo que en el año 73, Spinetta sacó un disco que se llamaba “Artaud”, y yo ya conocía a Artaud por el medio teatral, y había leído un libro de Antonin Artaud que no lo había entendido. Todo eso fue generando una cultura rockera, que para mí el rock era, y tiene que seguir siendo, un medio de transmisión de cultura… o contracultural, mejor dicho. Siempre me importaron las letras, siempre me importó muchísimo la poesía, que también viene por el lado del teatro y ese verso español, y todas esas cosas. Todo ese conocimiento, o haber leído a Federico García Lorca siendo un adolescente, influyó para que de alguna manera me pueda seguir interesando en tratar de mezclar la intención poética. Yo no me considero poeta, pero trato de serlo dentro del rock.
Yo hubiera querido un grupo como los Beatles, que se conocieron en el liceo y siguieron tocando juntos durante años. Pero con los Beatles pasó eso porque ganaban dinero. Una banda como La Tabaré, no fue pensada para hacer dinero sino algo artístico.
Otro sello de la banda a lo largo de los años —quizás ya no en los últimos tiempos— es la variación de los integrantes. ¿Hubo algún momento en el que asumieras que esa iba a ser la dinámica de la banda o era algo que te tomaba de sorpresa?
Me seguían y me siguen sorprendiendo los cambios; por suerte, ahora hace tiempo que no hay ninguno. Hay músicos que están en la banda ahora que hace diez años, pero sí, en su momento yo hubiera querido justamente un grupo como los Beatles, que se conocieron en el liceo y siguieron tocando juntos durante años. Pero con los Beatles pasó eso porque ganaban dinero. Una banda como La Tabaré no fue pensada para hacer dinero, y es lo primero que yo le digo a un músico cuando entra: “No pienses en ganar guita, acá lo que pensamos es en hacer algo artístico”, y a veces hasta riesgoso de perder público. Eso, sumado a no ganar dinero; sumado a que algunos maduraron, se casaron, tuvieron hijos y tuvieron que laburar en dos trabajos porque no alcanzaba con uno solo; otros que emigraron; otros que se pelearon conmigo o yo con ellos; u otros que se pelearon entre ellos porque a veces algún músico no quería tocar más con otro que estaba en la banda —es un matrimonio de seis, siete personas porque el manager también cuenta—, donde todos cobramos exactamente igual o perdemos exactamente igual. En aquellos tiempos también perdíamos dinero, y yo les di siempre participación a todos para que arreglaran las canciones, decidieran el orden de los temas.
Yo, más o menos, dirigía la parte artística: la tapa del disco de tal manera, el orden de las canciones en un disco, o una canción que en tal momento tiene que tener más fuerza y en tal momento tiene que ser mucho más delicada, esas cosas. Porque siempre estuve rodeado de buenos músicos, y eso también es un motivo por el cual hoy La Tabaré es reconocida, porque nunca hubo uno que tocara fuera de tiempo o cruzándose —creo que el peor de los músicos en la banda siempre fui yo—, y todo eso ha hecho que sí, La Tabaré siguiera. Incluso, muchas veces el cambio de algún músico ha sido un aire nuevo para todo el grupo.
También tuviste idas y vueltas con el rock, sea con el medio o con el estilo en general, al punto que durante algunos años cambiaste el nombre a La Tabaré Milongón Banda, pero siempre terminás volviendo al rock…
En un momento yo pensé que me iba a ir del rock del todo, porque empecé a escuchar bandas, sobre todo bandas extranjeras o bandas argentinas muy, pero muy tontas, muy bobas. Te voy a poner un ejemplo: Los Fabulosos Cadillacs, que tenían conceptos erróneos dentro de un mismo disco, cantaban una canción anarquista como “Matador”, y en el mismo disco estaba Celia Cruz, la reina de la salsa. Y yo decía: “Bueno, vamos a decidirnos: acá estás tirando una idea por un lado, pero por otro lado, como querés entrar en el Grammy Latino, te estás vendiendo a esto otro”. El Che Guevara al lado de Celia Cruz no tiene nada que ver. Me empecé a fastidiar con todo eso muchísimo y dije: “Me voy del rock”, pero el rock es la música que yo escucho desde siempre. Si bien escuché todo tipo de música, lo que a mí me partió la cabeza fueron los Beatles, y antes te diría Johnny Tedesco en la época del Club del Clan, y después los Rolling Stones. Entonces digo: “Me estoy traicionando a mí mismo si me pongo a hacer un disco pura y exclusivamente acústico porque estoy enojado con el medio. Voy a tratar de devolverle al rock algo de eso de contracultural que siempre tuvo”. Y esa es un poco mi lucha dentro de esto. Entonces me aparté.
En una época, dije: “No quiero tocar en festivales grandes”, y los músicos me querían matar. Y si lo pienso ahora, tenían razón, porque no afectaba a la banda tocar en festivales. Igual tocamos en el Pilsen Rock como tres veces, pero yo no pasaba bien. Quería tocar más en bolichitos chiquitos, y los músicos de ambos sitios chiquitos me decían: “Pero perdemos plata en los bolichitos, no solamente no ganamos, sino que perdemos aunque llenemos”, porque pagar una sala de ensayo cuesta dinero, etcétera, etcétera. Entonces volví al rock, porque el rock me apasiona, esa es la verdad. Y todavía hay artistas como Jack White, por ejemplo, que me vuela en la cabeza y digo: bueno, “todavía queda un rock que está impresionante”, que es lo más moderno que escuché hasta ahora, y eso que también tiene unos cuantos años, pero se puede hacer un rock honesto aún. Con esto no estoy atacando a bandas uruguayas; cada uno hace en Uruguay lo que puede. Este es un país muy diferente a Argentina, a Brasil, y ni hablar a los países anglosajones. Entonces, cuando hablo, lo que yo critico más que nada es el rock ese que está por fuera y que nos invade acá adentro. Que ningún grupo uruguayo se vaya a sentir molesto o herido por esto que estoy diciendo. Hay cosas de Uruguay que se hacen acá que están muy bien, y cosas de rock que se hacen acá que no me gustan, pero estamos invadidos por una cultura rockera a pesar nuestro.
¿Influye en la banda la diferencia de edad entre vos y el resto de los músicos?
Primero, los jóvenes me ubican siempre. Ahora yo quiero hacer el próximo disco, les decía, con temas de 10 minutos con solos improvisados. Y ellos son capaces de hacerlo, pero me dicen: “No, eso es un rock setentero”, que no comparten, no les gusta mucho o no lo quieren hacer. Y está bien: “Hagamos temas que, sin ser necesariamente de un minuto y medio o dos minutos, pueden durar entre tres minutos o siete minutos”, y eso está buenísimo. Pero sí, los músicos siempre, desde que empezamos, son por lo menos 10 años menores que yo. Pamela, la cantante, es 30 años, o más, menor que yo, pero yo creo que siempre me llevé mejor con la gente más joven. No estoy seguro si a los jóvenes les divierte mi humor, pero a mí me divierte mucho el humor de ellos.
En un momento yo pensé que me iba a ir del rock del todo porque empecé a escuchar bandas, sobre todo bandas extranjeras o bandas argentinas muy, pero muy tontas, muy bobas.
Supongo que cuando comenzaron a preparar el repertorio para este próximo show celebratorio de los 40 años, habrás hecho alguna recorrida por todos los discos. Si tuvieras que quedarte con un solo disco de La Tabaré, que quede para la posteridad, que vos quieras que sea la muestra de lo que fue la banda, ¿cuál sería?
En realidad, todos los discos me gustan mucho. Por una cuestión de estilo tendré eso de que sea el primero, pero me gustó en su momento. Cuando salió el disco yo estaba encantado con ese primer disco de la banda. Ahora lo escucho con el tiempo y veo que no está del todo bien grabado y que, además, tiene un estilo más pop de lo que yo hubiera querido. Pero aún así, es un disco que me gusta mucho. Creo que todos los discos de la banda, de verdad, alguna canción que pueda decir “bueno, esta no me gusta tanto”, en general me gustan todos.
Hay un disco que es “Placeres del Sadomusiquismo”, que es el tercer disco de la banda, que lo hice rodeado de gente que fueron amigos y que siguieron siendo amigos: Daniel Maggiol, el técnico de sonido; Rudy Mentario, mi amigo de la adolescencia; Andrés Burgui, que hasta hoy es mi gran, gran amigo; Andrea Davidovics y Alejandra Wolff, dos cantantes de La Tabaré que siguen siendo mis grandes amigas; y el bajista Pablo Reyes, que hace mucho que no lo veo. Y ese disco marcó el principio del rock de los años 90, cuando acá el rock había desaparecido y quedaba una banda de pronto de pop, estaba surgiendo el rock soft, y yo quería un poco más pesado, y ese disco esa unió de vuelta al público rockero. Después —ya sé que esto lo dicen todos los músicos—, el último disco me encanta, porque la banda que tengo ahora es una banda que colabora conmigo al 100%. Yo siempre repito: La Tabaré no es un solista, porque aunque tenga mi nombre, la banda es un grupo en el que todos laburamos por igual, todos laburamos mucho; el orden de los temas, por ejemplo, para el toque este en el Teatro de Verano, prácticamente lo hicieron entre toda la banda. Todos colaboran en todo, en ideas de todo punto de vista.
¿Cuál te gustaría que fuera el legado de La Tabaré en la música uruguaya?
Sabés que a veces me dicen: “Me sorprende que vos siempre creas que lo tuyo no existe”. Y yo lo siento de esa manera. Mejor dicho, no sé hasta dónde existe, a dónde llega. A veces me dicen que tales personas te tienen respeto. Como no tengo redes sociales, estoy muy por fuera de la opinión del público con respecto a mi banda y con respecto a otras. Pero a mí me gustaría, sí, dejar algo: que el rock, primero, el rock ya no es anglosajón e imperialista; menos el rock que tiene un lenguaje tan uruguayo o tan montevideano como La Tabaré, tanto social como políticamente, y en cuanto a los textos también: la verborragia es una verborragia muy uruguaya. Entonces, me gustaría que quedara, si queda algo, como que hicimos un producto con mucha intención artística; que el rock puede ser arte y contracultura, eso me gustaría lograr. Elevar, volver a poner al rock en una categoría experimental y no en lo que se convirtió, que ahora hay dibujitos animados en los canales, con Las Niñas Superpoderosas y cualquier macaquito tocando, parece un lagartito o una tortuguita tocando una guitarra eléctrica y agitando la cabeza como si fuera heavy metal, y decís: “¿Se ha convertido el rock en algo para niñitos, chiquitos?”. Porque las letras también se han convertido en algo muy simple. El otro día yo ataqué, sin querer, con esto que dije de la plena, pero nunca me preguntaron qué opino del rock actual. Y sigo insistiendo: estoy hablando del rock del mundo, no de Uruguay. El rock mundial se ha convertido en algo tonto, como la plena nuestra. O sea, una cosa más que tonta, una cosa muy sencilla y poco artística, con poco interés de comunicar algo nuevo, distinto y sensible. Y a mí me gusta el arte, desde todos los géneros artísticos, y cuando transmite algo contundente, diferente, aunque sea un poquito diferente, no para ser raro, sino para comunicar algo que la gente diga: “¡Opa! Esto mirá qué distinto, me llegó de otra manera, esto me conmovió de otra manera”.
Si La Tabaré dejara algo, me gustaría que fuera que hicimos un producto con mucha intención artística, que el rock puede ser arte y contracultura. Eso me gustaría lograr.
¿Qué podés adelantar de este show “40 años”, el segundo Teatro de Verano de la banda?
Sí, solo sí es el segundo porque en los años 80 yo fui tan gil que, cuando nos invitaban a tocar en el Teatro de Verano, yo decía: “Pero yo toco con otras bandas”, porque quería generar un movimiento de rock. Después me empecé a dar cuenta que las bandas a fines de los 80 y principios de los 90 hacían recitales solos y yo digo: “Pero soy un tarado” (risas). La cuestión es que este es el segundo Teatro de Verano que hacemos, porque yo prefiero siempre tocar en lugares donde pueda haber público. Además, en los teatros de verano siempre se armaba lío antes, pero por suerte eso, después del 95, cesó. Entonces lo que espero es que sea una fiesta, que sea divertimento, porque entiendo que, además de contracultura, poesía, arte y bla, bla, bla, el rock es una música divertida. En general creo que todo arte es divertido. Si escuchamos a Beethoven, es divertido, genera un estado de emoción que es divertido. Si vemos una pintura hermosa, nos divierte porque nos genera emoción. Bueno, creo que el rock también genera emoción y es diversión, y es adrenalina además.
Entonces, primero es una fiesta porque son 40 años, y luego vamos a mostrar al público esas canciones que el público conoce y que le gustaría escuchar, pero no vamos a hacer todo un concierto de canciones exitistas, digamos, sino que va a haber también canciones del último disco que fueron poco tocadas; canciones esas que la gente conoce pero que hace mucho tiempo que no tocamos y que las vamos a rescatar. Y va a haber invitados: alguna cantante que ya pasó por la banda, algún género musical diferente al nuestro, con instrumentos que no son necesariamente rockeros, y tratar de hacer alguna performance con actores, si bien no una obra teatral ni nada parecido, ni una opereta, ni nada de eso que a mí me gusta, sino una performance que acompañe las canciones, un espectáculo lo más profesional posible. Y que el público lo reciba como eso, que queremos mostrar: poesía y rabia.
Mientras preparaba la entrevista, repasando la discografía del grupo, se me vino a la cabeza la letra de “Sigue Siendo Rocanrol” que dice: “Me miro en el espejo y me veo un poco viejo para andar cantando rock”, y pensaba qué dirías hoy, con 40 años más. ¿Cómo te sentís ahora?
Te imaginás que me siento un anciano total… A veces me da mucha vergüenza subirme al escenario a hacer rock, pero después de ver a Milei cantando rock me dieron ganas de volver otra vez, otra que agarrar un charango, porque la gente no puede verme igual que este payaso. No todo el mundo, pero sé que hay gente que, cuando ve un espectáculo de rock, analiza un poquitito más y creo que se van a dar cuenta de la diferencia y de la diferencia de intención entre un anarco-capitalista y un anarco-social, como soy yo (risas).

Foto: Paul Hernández