El tercer álbum solista de Jack White no hace otra cosa que confirmar lo que viene demostrando desde sus comienzos con The White Stripes: tiene muy claro el camino, o mejor dichos los dos caminos: aquél en el que sigue sus raíces rockeras y blueseras y el otro, el que le dejará a las futuras generaciones para que sigan su rastro. Su obra, en general, es un eterno “hago lo que me pinte”, ya sea un dúo de solamente guitarra y batería, formar y deshacer bandas a su antojo o, como en el caso de su último trabajo “Boarding House Reach”, mezclar, soul, blues, rock y elementos elctrónicos, ya no en un sólo disco sino incluso dentro de un mismo tema. Todo esto en un ambiente muy Low-Fi. Así, la amplitud de estilos desarrollados por White en uno de los trabajos más esperados del año. El primer single “Connected By Love” (que además abre el disco), una balada bluesera con aires gospel, algo a los que el artista nos tiene acostumbrados, es solamente la carnada, la puerta de entrada a un mundo sonoro tan extraño como inquietante, pero que, a la vez, es desconcertante a primera oída. En este “extraño mundo de Jack” conviven Stevie Wonder, Led Zeppeliin, Pink Floyd, los Beastie Boys y Beck, por sólo nombrar las referencias más evidentes. Jack White va a fondo, tanto cuando rockea en “Over and Over and Over” como cuando te taladra los oídos con un loop de sonidos futuristas como en “Hypermisophoniac” o “Respect Commander” (que termina mutando en un blues-rock), o cuando te introduce en medio de un collage sonoro de sinetizadores en “Get in the Mind Shaft”.
Es evidente que no estamos ante un trabajo fácil de digerir. Como tampoco lo fue en su momento “OK Computer” o algunos discos de Bowie a los que el tiempo les dio su lugar. Es un álbum que divide aguas y que no te va a resultar indiferente, pero de eso se trata el arte ¿no?