El ex Pink Floyd pisó, finalmente, tierras uruguayas para brindar el recital más imponente que vio nuestro país y que, seguramente, quedará como un mojón difícil de superar en materia de shows musicales. Durante tres horas, Roger Waters, ofreció un recital con alto contenido político, en el cual, repasó temas de cuatro discos emblemáticos de su antigua banda (“Dark Side Of The Moon”, “Wish You Were Here”, “Animals” y “The Wall”) además de una breve muestra de su reciente trabajo “Is This The Life We Really Want?”.
Por Liber Aicardi
Con puntualidad inglesa, a las 21 hs. del pasado sábado, el show más esperado del año musical, la gira “Us + Them Tour” de Roger Waters, comenzaba a dejar su marca en el Estadio Centenario ante 40.000 personas. En un show donde el despliegue tecnológico (sonido surround, una pirámide de láser emulando la emblemática portada de “Dark Side Of the Moon” y una pantalla que ocupaba el ancho de la tribuna Amsterdam) que fue tan protagonista como la música, el británico dio un show impecable desde todo punto de vista. “Breathe” fue el tema encargado de concretar el primer contacto del público local con uno de los referentes más importantes en la historia del rock. De ahí en más, el viaje continuaría con muchos clásicos, y fue a partir de la tercera canción, “Time” (con una lluvia animada de relojes en la gigantesca pantalla), que el show comenzó a subir en intensidad. Luego, le siguió el dramatismo de “The Great Gig In The Sky” y “Welcome To The Machine”, para dar paso a alguna de sus últimas composiciones como “Déjà Vu” y “The Last Refugee” que se ensamblaron perfectamente con el resto del repertorio. “Wish You Were Here” fue uno de los dos momentos en el que el fantasma de David Gilmour sobrevoló el Parque Batlle (el otro sería el inigualable solo de guitarra de “Comfortably Numb”), y precedió a “Another Brick In The Wall Part 2” y “Part 3”, uno de los picos emotivos de la noche, en el que los niños del coro Giraluna tomaron el escenario vestidos con monos de color naranja y capuchas negras, cantando y coreografiando la canción, para, luego, quitarse tal vestimenta y quedar con remeras que lucían la palabra “Resist”, dando paso a un intervalo de veinte minutos en los que la pantalla fue protagonista excluyente. Ese fue el momento en que Waters, aunque sin estar sobre el escenario, a través de consignas gráficas, nos bajó línea sobre a qué y a quienes debíamos resistir, siendo, quizás, el punto más polémico del show. Desde Mark Zuckerberg hasta el anti semitismo (también el antisemitismo israelí), la embajadora de EEUU en la ONU Nikki Haley (a quien dice que sólo le falta la máscara de Dark Vader), el neo fascismo creciente, explicitado en un listado de líderes mundiales que incluyó a Trump, Le Pen, Putin y, curiosamente, un nombre al final de la lista que apareció censurado en portugués (nombrando sin nombrar a Jair Bolsonaro) y la unión de la Iglesia con el Estado deben ser nuestros objetos de resistencia, según él.
Pero eso era sólo el prólogo de lo que vendría después. A partir de allí, desde detrás del escenario, surgieron cuatro humeantes chimeneas industriales acompañadas de una de las presencias más esperadas de la noche, el cerdo Algie, recreando, así, la carátula del álbum “Animals”. Las reiteradas críticas y burlas hacia Donald Trump (rayando lo repetitivo) que se plasmaban en los visuales, tuvieron su clímax con la frase “Trump es un cerdo” ocupando toda la pantalla al final de “Pigs (three diferent ones)”, tema en el que otro cerdo volador con la consigna “Sean humanos” recorría el campo del Centenario para terminar desinflándose en el corazón de la masa. “Money” y “Us and Them” encaminaron el tramo final del concierto que aún tendría momentos épicos tales como “Brain Damage”, en el cual, la ya mencionada, pirámide de láser y luces multicolores daban vida a la icónica portada. Antes del final, Waters se dirigió por segunda vez a la audiencia (la anterior había sido para felicitar a los chicos de Giraluna y anunciar el intervalo), para terminar el show con “Two Sunsets In The Sky” y “Comfortably Numb” luciendo una remera con la leyenda “Todos somos familiares”, alusiva a Madres y Familares de Detenidos Desaparecidos.
Cuando uno se encuentra frente a esta clase de artistas, que explicitan sus posturas políticas y filosóficas (tal como lo hizo Morrisey hace tres años en el Teatro de Verano) sabe o, al menos, debería saber que no va salir indiferente. Y, en buena parte, de eso se trata el arte, de generar reacciones en el público. El receptor podrá estar o no de acuerdo con ellos, hasta incluso, cuestionar su discurso anti capitalista manifestado desde la comodidad millonaria, pero, al fin y al cabo, lo que queda es la música y la experiencia vivida. Y en eso, el show fue incuestionable, desde la ejecución hasta el clarísimo sonido y la propuesta audiovisual. Hilando muy fino, los únicos puntos flacos pudieron haber sido la escueta comunicación verbal por parte del artista, aunque recorrió el escenario de un extremo a otro en más de una ocasión, y el hecho de que las consignas del intervalo pudieron haber sido expresadas en español, para la total comprensión de todos los presentes. Por lo demás, pasarán muchos años hasta que, en nuestro país, seamos testigos de un show de este calibre, tanto artístico como visual.