Alberto Wolf se reinventa en el disco de Mandrake y Los Druidas

“Comienzos, comienzos, cómo odio los comienzos”. Así los primeros versos con los que empieza el álbum debut de Mandrake y Los Druidas, la nueva banda de Alberto “Mandrake” Wolf. Pero esto no parece referirse (¿o sí?) al inicio de esta nueva etapa del cantante, ya que el “refresh” que le brinda a su carrera, es más que auspicioso.

Para la formación de Los Druidas, convocó a Nacho Echeverría (bajista de Buenos Muchachos), Federico Anastasiadis (baterista de Oro) y Nacho Iturria (guitarrista de Croupier Funk) y, a modo de viejo vampiro, Mandrake se nutre, así, de sangre joven. El resultado: un combo de canciones que transitan por el rock pesado con cadencia bluesera y el rock de los setenta, pero con un sonido actual y una lírica cotidiana por momentos más oscura, por momentos más positiva (si es que cabe el adjetivo), y el sello inconfundible de Mandrake a la hora de componer. A lo largo de los once temas que componen el disco, el sonido de Mandrake y Los Druidas remite al Led Zeppelin más bluesero (“Estos son los días”, con música de Kiko Veneno y uno de los temas del año), a Neil Young & Crazy Horse,(“Cómo brilla el sol”) al boogie rock (“Si no me hubieses conocido nena”) y hasta a Soundgarden (“Hombre rana”) pero, también, hay lugar para coquetear con el funk (“El camino de la babosa”) y el rock más cercano al pop (“Aunque estemos mal”).

Todo esto, teñido con la densidad y la crudeza de las guitarras, logrando momentos de alta intensidad, redondeando uno de los mejores trabajos nacionales de 2017. Mención aparte merece la acertadísima elección de los nuevos compañeros de ruta por parte de Mandrake, a quienes, según sus propias palabras “era evidente que estas canciones los estaban esperando a ellos”. Y no se equivocó.

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